El fin del mundo

Contrario a lo que se podría pensar (por el título), no voy a escribir sobre las mil y una formas en que es posible que acabe la vida en la tierra. Nada de meteoritos, plagas, enfermedades, guerras u otras linduras.

Alguien dijo que el fin del mundo es cuando te mueres. No se me ocurre mejor definición. ¿Cuándo y como será ese momento? No lo sé. Sólo se que tarde o temprano llegará.

Debido a mi personalidad (un tanto sombría) he desarrollado un gusto (morboso) de leer los epitafios escritos en diversas lápidas. Están los clásicos “En recuerdo de un amoroso padre (madre, etc.)” hasta la broma que circula en Internet del viudo que manda a escribir para su esposa “Señor, recíbela con la misma alegría con la que te la mando”.

De los sepelios (a los que he tenido que asistir) me sorprende que en el 99% el difunto se transforma (como por arte de magia) en lo más cercano a un ángel encarnado cuando muchas veces se trato de un auténtico hijo de la chin#&. Recuerdo la única excepción en que el discursante dijo que el muerto había sido un pobre alcohólico (verdadero pero con una rudeza innecesaria a mi parecer).

Diría el Doctor Lammoglia que en México ya nadie se muere. No señor, todos se van al cielo, se nos adelantaron o se recuerda la “desaparición” de alguien. Es increíble en que en un pueblo que se jacta de que se ríe de la muerte no podamos mencionarla por su nombre.

Recuerdo a mi abuela. No he conocido a nadie más aferrado a la vida como ella. No importa que su andar haya estado lleno de dolor, amaba a la vida.

Pero ¿quién no ha sentido alguna vez el deseo de morir? Ya sea por una enfermedad o un dolor muy grande. El pensamiento suicida algunas veces invade al individuo por la muerte de alguien o por amor. De la literatura tenemos a “Romeo y Julieta” pero la vida real no es así. Es raro que ocurra. Lo más común es que la madre llegue a matar a sus hijos por despecho o se asesine al objeto de nuestro amor (el clásico “Si no es mío de nadie”).

Y cuando llegue ese día ¿Qué encontraré al final? Si fuera musulmán podría aspirar al paraíso rodeado de bellas mujeres (que en mi caso sería un auténtico infierno). O como cristiano podría esperar contemplar a Dios y cantarle “aleluya” por los siglos de los siglos. O como dictan mis orígenes mormones podría aspirar al “Como el hombre es, Dios un día fue, como Dios es, el hombre puede llegar a ser” (la mayor herejía para todo el que no es mormón no cabe duda). Pero siendo ateo lo que espero es ¡NADA! Me imagino que es muy posible (por cuestiones fisiológicas) que vea el túnel de luz y por un instante (mi último instante) crea que me equivoque y que si existe un Dios y un más allá.

Ya un poco más en serio, cuando muera y pasen los años (y la gente que me conoció tampoco exista) ¿A quién le va a importar mi vida? ¿A quién le va a importar si fui un alumno de excelencia o un mediocre? ¿Si era puntual o impuntual, rico o pobre? ¿Si tenía tacto para decir las cosas o mi lengua conspiraba contra mí? ¿Si volví a ver a mi amor o lo reencontré en otra persona? ¿Si fui feliz o sólo viví de ilusiones no cumplidas? ¿A quien le importarán mis lágrimas o mis risas? A nadie. Sólo me importa a mí.

Esta entrada fue publicada en Pensamientos. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario