En las nominaciones al Oscar (en diferentes rubros) de este año básicamente se encontraron películas que reflejan el drama humano en tan diversas circunstancias. Tenemos desde el ‘Luchador’ ¿derrotado por la vida?, pasando por la autentica jodidez moral y económica del homo ¿sapiens? en Slumdog Millionarie hasta la defensa del derecho de ser diferente en Milk. Esta última película me hace recordar mi propia lucha interior (a veces, con rasgos de intestina). Siendo criado en una familia con altos valores religiosos, heterosexual a ultranza, descubrí a muy temprana edad mi camino de sueños. No existió en mi caso un período de transición, no hubo ninguna confusión acerca de mi orientación sexual, nací para ser homosexual. Después de mi primera experiencia afectiva-sexual se cernió sobre mí el manto del oscurantismo (mi propia Edad Media en que yo fui el arquitecto principal). Una hermosa mañana de domingo (creo, sin deseo de ser blasfemo, semejante a la mañana de primavera en que el joven profeta Joseph Smith vio al padre y al Hijo) estando en la Iglesia escuche el discurso de un líder de mi congregación. Lo podría resumir en ¿si murieras en este momento estas preparado para enfrentar el juicio de Dios? Si no es así Dios esta esperando que te acercas y limpies tu alma de todo pecado. En ese momento, a mis escasos 14 años, me invadió una angustia infinita. Había obrado en contra de la voluntad del Señor y si no me arrepentía estaba inexorablemente condenado a la perdición. Me arme de valor y solicité hablar con el obispo. El me pregunto que era lo que yo quería decirle. Mi poco valor se esfumo y me vi a mi mismo como un estúpido incapaz de articular palabras. Los minutos pasaban y el obispo, un tanto desesperado, me fue sacando las palabras de la boca. ¿Qué esperaba yo encontrar cuando hice mi confesión?… Para alguien que no sea mormón (o un creyente realmente convencido de su religión) esta pequeña anécdota parecerá absurda pero en un sistema de valores rígidos no lo es. Dicen los mormones que el propósito del hombre en la Tierra es encontrar la felicidad y esta sólo se puede lograr en la medida en que uno sea obediente a los principios y ordenanzas del evangelio. En la escala de maldad de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días los pecados más graves son el asesinato y la negación del Espíritu Santo (una cuestión teológica que no viene al caso) y en seguida el adulterio y la homosexualidad. En ese tiempo mi fe era inquebrantable y sabía el costo de no arrepentirme. Pasada una semana volví a hablar con el obispo. Se había determinado que mi suspensión era válida en tanto yo no demostrará con hechos mi arrepentimiento (para un mormón no basta la confesión, es necesario resarcir el mal causado y no volverlo a cometer). Estaría sometido de manera constante a ‘entrevistas’ con el obispo para que este evaluara mi avance o retroceso. Se me facilitaría material didáctico tanto religioso como ¿psicológico? para cambiar mi naturaleza desviada. Tendría que leer las escrituras diariamente y orar siempre solicitando el perdón divino. Y el punto más curioso del asunto es que no se informaría a nadie de mi familia de la situación por la que estaba pasando. Algo muy raro para este tipo de situación. |
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